La mala educación

Me he permitido la licencia de utilizar el título de la conocida película de Almodóvar para dar nombre a este post, primero por lo sugerente y aplastante que me parece y segundo porque, aunque lo que hoy quiero decir no tiene nada que ver con el mundo del celuloide, entenderá al final, querido lector, que su contenido justifica el préstamo. Aprovecho para reconocer públicamente que tanto las cintas del director manchego como el cine español en general, me parecen tan válidos como injustamente tratados.

Cuántas veces me habré preguntado qué haría si me cruzase por la calle con alguno de los ineptos que lo único que tienen de ministros es la cartera que en su día le pasaron (que por cierto, compartiré con usted un dato curioso: la cartera en cuestión, fabricada por un artesano de la Gran Vía de Madrid, cuesta más de 600€). Como dicen que el mundo es un pañuelo y nunca se sabe cuándo me los puedo tropezar, procuraré tener preparada mi reacción. Por si me topo con mi amigo Wert, el ministro de Educación, ya tengo un buen ejemplo de cómo comportarme: ni más ni menos que cumpliendo de nuevo con el refranero español (ese post dedicado a la sabiduría popular cada día está más cerca), una vez más, para aplicarnos aquello de «no hay mayor desprecio que no hacer aprecio».

De esta forma, tan sutil como eficaz, han actuado un buen grupo de jóvenes universitarios negándole el saludo al ministro Wert en el acto público donde se entregan los premios nacionales de fin de carrera y que tiene lugar en el Auditorio Nacional de Madrid. Nuestro amigo José Ignacio esperaba a cada uno de los jóvenes para estrecharles la mano y darles la enhorabuena (¡ya ve!). La mayoría de estos jóvenes han pasado de largo frente a la atónita mirada del ministro que, entre incómodo y abrumado, no sabía dónde meterse. Se ajustaba nerviosamente los gemelos, miraba a su alrededor y comentaba algo entre dientes.

Hay opiniones para todos los gustos, libres y respetables todas ellas, pero no por ello dejan de sorprender. La noticia, comentada en varios periódicos, en Twitter y en los vídeos de YouTube, muestra dos grandes vertientes muy enfrentadas: una en total apoyo y otra muy crítica con los jóvenes. La primera viene a reunir el descontento general de la comunidad educativa y la segunda, con argumentos bastante pillados por los pelos (disculpe la apreciación) alude, precisamente, a la educación, a los buenos modales, y diciendo, poco más o menos, que negarle el saludo a una persona es una cosa muy fea.

Perfecto. Totalmente de acuerdo. Sin embargo, creo humildemente que determinadas decisiones de «nuestro» gobierno exceden los límites de la moral y, además, con la desfachatez peor disimulada que he visto jamás. Y la verdad, comparar el retirarle el saludo a alguien con la actitud de ministros como Montoro (que cada vez que anuncia un nuevo paquete de medidas se le ven los empastes de lo a gusto que se ríe) o el propio Wert en sus declaraciones contra la Marea Verde, me parece pueril y de una ironía escandalosamente recalcitrante. Por otra parte, se trata de una actitud a la que el PP nos tiene demasiado acostumbrados.

La misma presencia de Wert en el acto de reconocimiento a los más brillantes universitarios, resulta bastante irónica. No sé muy bien qué hacía allí valorando el trabajo de unos alumnos que han disfrutado de un sistema educativo que se ha empeñado en destruir. Probablemente, muchos de ellos, habrían tenido más dificultades con el modelo que el propio Wert propone, defiende e impone. Y el argumento sobre la grosería de estos jóvenes pierde valor en el ejemplo del primer alumno nombrado para recoger su premio. Estrecha la mano del ministro y, acto seguido, se gira hacia el público para exclamar «una escuela pública y para todos». Por tanto, queda claro, nada tiene que ver la actitud de negarle o no el saludo con la absoluta convicción de que al portador de la cartera de Educación poco o nada le importa cómo serán los graduados de los próximos lustros.

Además de lo dicho, me parece que para lograr un premio de fin de carrera hacen falta un trabajo y un esfuerzo considerables, lo cual (sin gustarme las generalizaciones) me hace presuponer en los premiados una forma de ser muy particular, bastante alejada de la mezquindad e inmoralidad que algunos les proyectan. Por tanto, si me los encontrase por la calle (el premio de fin de carrera me quedó bastante lejos) no me cabe ninguna duda de cómo trataría al ministro de la mala educación. Los buenos modales son para todos. Y la Educación también.

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