Crisis de Monopoly

Hay que ver. Después de más de cinco años de crisis (¡qué pronto se dice!) empiezan a evidenciarse muchas de las causas y las grandes mentiras que hincharon la burbuja hasta que estalló en las narices de todos nosotros, los consumidores, último eslabón de la gran cadena del engaño que llamamos «sistema». No hemos aprendido de los grandes cracks bursátiles de la Historia y seguimos jugando con cantidades que no se corresponden con la realidad, no se cuenta con las auténticas cantidades en reserva.

Poco a poco están saliendo a la luz las grandes estafas de bancos, la situación laboral -casi de esclavitud- de la manufactura extranjera de algunas multinacionales españolas, empresas privadas perfectamente confabuladas con los partidos políticos mayoritariamente votados de este país (¡!), las tapaderas institucionales de la mismísima Casa Real (no solamente del yernísimo, que todos sabemos que unos cuantos más están hasta el cuello de…); un sinfín de miserias, en suma, que no hacen sino evidenciar que la abundancia en la que vivíamos (plural de cortesía, claramente) no podía provenir de nada legal, o moral, mejor dicho. Hago esta aclaración porque, en buena medida, existe un aparato legal que ampara los abusos de unos cuantos para que los demás sigamos donde merecemos: en la cuerda floja.

Aparte hay una serie de pequeños detalles, mucho más en consonancia con el día a día de un empleado temporal (del tiempo que pasa entre contrato y contrato) como yo, que demuestran que no solamente los grandes escándalos económicos son causantes de la crisis sino que, está claro, llevamos décadas sufriendo pequeños hurtos diarios que han agotado nuestras carteras. De repente, cuando las empresas no venden un colín (cosa que habría que matizar), se sacan de la manga ofertas increíbles que crispan bastante los nervios del que suscribe. Como es necesario vender, y no saben cómo, ha llegado el momento de reventar los precios.

Así, por ejemplo, tiene usted 2×1 en pizzas a domicilio o buffet libre en la misma pizzería por 6,20€, cuando una pizza familiar ha llegado a costar 26 ó 28. Por tanto, si con la cuarta parte del precio por comensal siguen haciendo negocio (comiendo éste mucho más), calcule cuánto nos han estado robando durante años, multiplique por las veces que han pagado ese precio, y si todavía no se ha cabreado y apagado su ordenador al tiempo que se acuerda de mi prima de Bilbao, continúe leyendo.

Gracias a la crisis podemos producir coches que circulan 250 km más con el mismo depósito. Hasta que no hemos empezado a quitarnos coches o utilizarlos para lo justo y necesario, no se ha hecho evidente la necesidad de reducir el consumo. Ni Protocolo de Kioto, ni calentamiento global, ni sostenibilidad… ni nada. Como teníamos para gastar, había que llenar el depósito, viajar, divertirnos, cambiar el coche a los 100.000 km, y vuelta a empezar.

Ahora, si compras un frigorífico, te garantizan que va a durar diez años y, si no cumplen con esa expectativa, no hay problema, te devuelven uno nuevecito. ¡Ojo!, diez años. Pensar esto antes de 2008 era una auténtica locura. Cogías tu coche (de menos de 100.000 km), ibas a uno de esos centros comerciales que proliferaban como setas, comprabas un nuevo frigorífico y de paso, una vez allí, a cenar pizza… ¡total!

Impensable todo esto en los momentos que vivimos. Invertimos el orden: de cenar pizza, a pesar de los bajos precios, hay que pensárselo dos veces; los centros comerciales se están quedando desiertos; el coche probablemente haya pasado a la historia; y el frigorífico dura más de diez años, entre otras cosas, porque está bastante más vacío, rinde menos y lo abrimos la mitad de veces.

Por tanto, igual que la macroeconomía no ha tenido en cuenta el volumen de dinero ficticio con el que ha jugado, como si del Monopoly este mundo se tratara, nosotros hemos tratado de igual manera ese dinero y en lugar de conformarnos con Lavapiés, quisimos el Paseo de la Castellana. El tortazo vino cuando vimos que la Castellana está al alcance de los que siempre ganan o, mejor dicho (y no es lo mismo), nunca pierden. Para nosotros, hace tiempo que acabó el juego y los que siguen jugando, no puede decirse que tengan mucha suerte con el dado.

Al final, la verdad de la crisis, es que nos han robado en muchísimas cosas que ni siquiera necesitábamos. Culpa de los que nos han robado, por supuesto, pero también nuestra por despilfarrar un dinero que, en muchos casos, no existía. De vez en cuando no va nada mal pegarse un gran tortazo para levantarse con más ganas e ímpetu y continuar adelante. Sin embargo los hay que, si caen, no se hacen daño. Será porque pisan sobre blando. Sobre todos nosotros.

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