Cafés pendientes

¿Cuántos cafés podemos llegar a tomar al cabo del día? Lo tomamos para todo: el primero de la mañana, antes de trabajar, en el descanso del trabajo o de clase, después de comer, a media tarde… Quizá, querido lector, y por el bien de su tensión, no tome tantos durante su jornada o alguno de ellos se convierta en descafeinado o infusión pero, echando cuentas, seguro que coincide conmigo en que una parte importante de su presupuesto mensual se queda en la maquinita del café (ahora muchas incorporan la tecla “relaxin”) de su trabajo y en el bar de enfrente. Si es usted estudiante, seguramente hará lo propio en la cafetería de su facultad o la más cercana a la biblioteca. De hecho, he llegado a pensar (y creo que no exagero) que el café es el verdadero motor de la economía española. Y es que un español no funciona sin café. Vamos a trabajar, a hacer un recado, de papeleo o a charlar con un amigo… eso sí, el cafecito por delante.

No pretendo con ello ejercer ningún tipo de crítica, es más, observo cómo últimamente anuncios e incluso series de televisión hacen sus pequeños homenajes a los bares, queriendo decirnos que debemos ir más. No me parece mal. Para nada. Hay pocas sensaciones tan placenteras como entrar cada día al bar de confianza y ser tratado por tu nombre, no tener siquiera que pedir lo que quieres (porque el que está detrás de la barra -grandes profesionales en muchos casos- sabe perfectamente lo que vas a tomar) y comentar con los parroquianos la última barbaridad del político de turno, el precio que alcanza la gasolina o la indignación sufrida por la última multa de tráfico debidamente pagada. Así arreglamos las cosas en España. Así somos. Y, ¿sabe qué? Después de todo, me gusta. Aunque haya cosas que no tengan remedio, no perdemos nada por comentarlas y, si es al calor de un café, mejor.

Lo que muy pocas veces hacemos es valorar la suerte que tenemos por ello. No me refiero solamente a disponer de unos minutos al día para dedicarlos a la tertulia con los de siempre y en el sitio de siempre (a pesar de todo, adoramos la rutina) sino, precisamente, a poder destinar parte de nuestros ingresos a esa taza de café, ese cortadito, o el carajillo de Soberano (aquí ya entran los gustos de cada uno) que resultarían mucho más baratos en nuestra casa aunque, lógicamente, el ritual perdiese buena parte de su encanto. Seguramente se nos pasa muchas veces por la cabeza este pequeño despilfarro pero, a pesar de ello, no queremos deshacernos de esta sana costumbre que, como la siesta, es tan saludable como nuestra.

Desde luego la costumbre no parece únicamente española, pues ha sido en Nápoles donde ha surgido la gran iniciativa de los cafés pendientes. El mecanismo es muy sencillo: aunque usted solamente tome un café, puede dejar pagados uno o varios más. Los restantes se anotan en una pizarra y quedan pagados para quien, por desgracia, no se lo pueda permitir. Hay pocas cosas que se agradezcan tanto como una buena taza de café caliente cuando hace frío. Y desde luego (aunque en muchos sitios no resulte nada barato), si uno se puede permitir un café, también podría permitirse dos y, por la misma razón, podría pagárselo a quien no puede hacerlo. En caso de necesitarlo, estaríamos más que agradecidos. Además, es posible dejar pagadas otras consumiciones, como tapas y bocadillos.

De nuevo la iniciativa surge en la población anónima: quienes tenemos mucho más fácil ser conscientes de la realidad social que nos envuelve, quienes podemos ser mucho más sensibles a la situación en la que muchos se encuentran, quizá porque valoramos la suerte que tenemos o quizá por temor a esa espada de Damocles que nos amenaza con poder  ser los próximos… Sea cual sea el motivo, comprendemos que pocas cosas reconfortan tanto como un buen café, por mundano y simple que pueda parecer, y no queremos privar a nadie de esa sensación.

A lo mejor podemos hacer mucho más de lo que creemos. Pequeños gestos como este hacen posible mejorar un poquito el día a día de todos aquellos que, sin esperarlo, han acabado al margen de esta sociedad del “tanto tienes, tanto vales”. Al menos, en lo básico, podemos hacer posible un reparto digno de los recursos. Tenemos el ejemplo de comedores sociales y bancos de alimentos gestionados y financiados por la iniciativa totalmente privada y altruista de barrios, asociaciones de vecinos, centros sociales etc. Está claro que hace más el que quiere que el que puede. Y esto, de nuevo, debería servir de lección para todos los agentes de la Sociedad que tienen en su mano mejorar la situación y no lo hacen. Por supuesto no se ven los problemas del mismo modo desde la barra del bar que tras las lunas tintadas de un Audi A8.

¿Cuándo echamos un café usted y yo? Voy pidiendo cuatro.

 

Si tienes un bar y te interesa la idea, o simplemente quieres saber qué establecimientos de tu ciudad ofrecen esta posibilidad,  entra en www.cafespendientes.es.

1 comentario en “Cafés pendientes

  1. Nunca he entendido a la gente que necesita un café para comenzar el día y, confieso que hace unos 25 años que no me tomo un café sin descafeinar, y cuando me tomo uno descafeinado, lo hago más por obligación que por devoción. La idea no me parece mal, pero, creo que tal y como está la economía de las familias a estas alturas de la crisis, sería más deseable dedicar esa generosidad a algo más urgente, como una barra de pan, que a algo tan superfluo como un café, en una campaña más comercial que solidaria. Un abrazo amigo.

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