Ánimo, Galicia

Después de varias semanas de ausencia (justificada) en este espacio de desahogo, mi día a día vuelve a tener el suficiente orden como para poder retomarlo. Una vez más, y sintiéndolo mucho por el asiduo lector, no puedo hablar de nada positivo. Y es que hay veces que el cielo está permanentemente negro y, aunque llueva y truene, nunca acaba de escampar. Después de tantísimas nefastas noticias en los planos económico, político, institucional, judicial… hoy, 25 de julio (Santiago Apóstol), tenemos que encajar un nuevo palo para un país que bien podría tratar de contentarse inútilmente, y por enésima vez, con su propio refranero: «a perro flaco, todo son pulgas».

La tragedia se ha cebado en Galicia, concretamente en la capital del Santo que hoy celebraríamos y, sin embargo, no hay nada que celebrar. Al contrario. A esta hora aún se desconocen muchos detalles del accidente y lo único con lo que contamos es con las siempre escalofriantes cifras que ascienden a sesenta fallecidos y varias decenas de heridos. No se debería entrar en más detalles y mucho menos mostrar ninguna imagen de los heridos, muy explícitas en demasiados casos (como muestran las cadenas de televisión que se hacen eco de la noticia mientras otras continúan con sus programaciones habituales) aunque sólo sea por respeto a las víctimas y sus entornos. Comprenderá, querido lector, por qué he decidido apagar el televisor y encender la radio.

Qué pena. Qué angustia me provoca la idea de que deba pasar algo así para que los españoles mostremos verdaderos valores dormidos entre egoísmos, intereses económicos, corruptelas, picarescas y otras miserias, tan históricas como ciertas, de los hijos de la roja y gualda. Somos así. Lo decía Reverte en un tuit hace sólo unos minutos: «Extraño país, éste. Hay días en que lo peor de España es la gente, y hay días en que lo mejor de España es su gente. Como esta noche». Imposible estar más de acuerdo.

Nuestra casta política se «desvive» en el extranjero para promover la Marca España, esa tan famosa que capitanean el barbas de los puros y el anciano campechano al tiempo, ¿casualidad?, que la prensa extranjera se desternilla de la risa y en nuestra cara gracias a los sobres del uno y los errores tributarios de la hija del otro. Hay tanta seriedad en esa Marca España como en el modo de afrontar los problemas de esta cuadrilla de vividores que cree representarnos (y que, paradójicamente, viven -muy bien, por cierto- de ello). Y hoy, para rematar la opinión que muchos tenemos del presidente, solamente ha faltado que éste copie y pegue las condolencias por un desastre natural para el terrible accidente de tren de Galicia. Un error escandaloso.

¿Por qué digo «esa» Marca España? Sencillamente, porque existe otra, injustamente despreciada cada vez que las noticias conectan con la Moncloa, una Marca España verdadera y que viene capitaneada, ahora sí y de corazón, por el verdadero encofrado de nuestro estado: su gente. Ni banderas en prendas, relojes y pulseras, ni el toro de Osborne, ni escudos en chapas y pines… Su gente. Sólo su gente. En pocos minutos se han puesto de manifiesto los valores que, aunque muy de vez en cuando, me hacen sentir un poquito más orgulloso de la única y verdadera Marca España  y que surge, como otras veces, para acudir en auxilio de quien más lo necesita aunque para ello, muchos de los anónimos, «solamente» puedan ofrecer su propia sangre.

Esta solidaridad espontánea y colectiva ha surgido otras muchas veces en nuestra Historia reciente. Una de las respuestas sociales más increíbles tuvo que ver también con Galicia, cuando hace ya diez años se hundía el Prestige en sus costas. Entonces, aunque ya existía Internet y otros muchos medios de comunicación, el único que nos informó puntualmente y sirvió para comprobar detalles y testimonios de la gente de a pie eran las entrevistas en televisión. Hoy en día, las redes sociales nos acercan muchísimo más entre nosotros y hacen mucho más sensibles las realidades ajenas, llegando incluso a sentirlas como propias. Twitter y Facebook están sirviendo de gran apoyo para heridos, familiares de víctimas, servicios de emergencia, bomberos, médicos y demás profesionales al servicio de todos nosotros. El corazón de España está en Galicia.

Las imágenes de largas colas a la espera de poder realizar donaciones de sangre sobrecogen a cualquiera. De todos estos españoles SÍ podemos estar orgullosos, SÍ nos representan, SÍ son el orgullo de una nación que, aunque nefastamente dirigida, y gracias a sus gentes, nos animamos a seguir adelante. Así se demuestra el verdadero patriotismo. Ayudando al vecino. Socorriendo al hermano. Es imposible imaginar el dolor de los familiares ante la magnitud del suceso pero cuando todo esto pase, y aunque las pérdidas sean irreparables, seguro que saben encontrar alivio en las infinitas muestras de solidaridad recibidas, valor común a todos nosotros, no por ciudadanos de uno u otro estado, sino por la fragilidad de nuestra condición de seres humanos. Y esa condición, querido lector, poco entiende de banderas.

Es triste, cierto, que tenga que ocurrir algo tan grave como lo de ayer para darnos cuenta de que lo fundamental, nuestra propia vida, es tan bonita como fugaz, y que cada segundo que vivimos no debería estar dedicado a ninguna otra cosa que no fuese vivirlo por y para los demás.